De los mayores recuerdos que tengo de mi infancia -volviendo la vista atrás ahora entiendo mi pasión por la fotografía- recuerdo que lo que mas me hacía ilusión además de ir con mi bici de aquí para allá por mi antiguo barrio, era mirar las revistas dominicales por las fotos de las entrevistas, los reportajes de viajes, de moda etc… Todo articulo que contenía una foto yo lo engullía.
Después entró en mi casa el National Geographic y aquel fue un gran momento porque las revistas dominicales contaban con una gran calidad, pero el NG ya era la mayor explosión de creatividad a nivel fotográfico que se podía ver -claro que en ese momento no existía Instagram-.
Cuando comencé a estudiar fotografía en un pequeño club de fotógrafos de mi barrio empecé a pensar que podría vivir de esa pasión que arrastraba desde niño, y así fue como llegué a convertirme en el fotógrafo oficial del campeonato del mundo de motociclismo de MotoGP™. Lo sé, es fotografía de deportes pura, pero gracias a mi trabajo con las motos puedo viajar alrededor del globo conociendo ciudades y su gente.
Esa sensación que sentía cuando leía aquellas revistas de niño, comencé a experimentarla en primera persona (casi un sueño hecho realidad) así que decidí elegir un equipo pequeño que me permitiese viajar con comodidad y a su vez captar la vida en las calles de manera mas discreta y poder pasar desapercibido como un turista más.
Mi primera cámara fue una pequeña Fujifilm X10. Una compacta muy discreta, pero con un zoom perfecto para la fotografía de calle y un sensor de gran calidad. Se que cualquiera pensaría que para hacer mejores fotos el tamaño del equipo es lo mas importante, pero en parte estoy en desacuerdo con esa afirmación, lo importante no solo es el tamaño y la calidad del equipo, también existe un gran componente de sensaciones porque de nada sirve tener la mejor cámara y las mejores ópticas en la mochila si las sensaciones que transmite o como te sientes con ella en la mano no te acompañan.
Por eso siempre he confiado en la saga de las “pequeñas” de la serie X, porque funcionan de maravilla, generan archivos de gran calidad y dan unos colores muy fieles. Además, los controles manuales me permiten explorar mi lado mas creativo.
Ahora cuando me muevo por las callejuelas de Japón, una gran urbe como Melbourne, el zoco de Doha, las grandes Highways de Texas o por los campos de Mugello, con la cámara Fujifilm X-T100 me siento invisible. Soy un turista más, pero con una gran herramienta que me permite capturar en el poco tiempo del que dispongo, grandes momentos en todo su esplendor.
Porque generalmente cuento con un día, a veces solo unas horas, para capturar la esencia de las calles de las ciudades que visito. Así que debo ser rápido de mente, buscar situaciones fotográficamente atractivas y resolverlas técnicamente en un corto plazo de tiempo. Y no es nada fácil, por eso necesito un equipo que me ayude en todo este proceso de creatividad. La pequeña de la serie X en combinación con tres objetivos fijos que para mi son imprescindibles y rebozan calidad óptica combinada con una gran luminosidad.
Una óptica Fujinon XF23mm para tener una visión amplia, un Fujinon XF35mm para mirar el mundo de manera mas natural y un Fujinon XF50mm que me permiten disparar en casi cualquier situación, ya sea un retrato de una niña en un día lluvia, un luchador de sumo en pleno entrenamiento, captar la luz de las velas el interior de una iglesia, o incluso trajín de las calles abarrotadas de coches y motos de Japón.
Porque si algo es importante en la fotografía de viajes es saber cual es el momento decisivo y sobretodo que tu equipo este al ala altura para captarlo.