Me adentré en la fotografía cuando la era digital ya había calado hondo en tan concurrida disciplina artística. Mi padre había sido un gran aficionado de la fotografía analógica, pero en aquellos entonces yo estaba más por otras cosas. La música me llamó la atención desde bien pequeño, y ya de adolescente decidí dedicarme a ella profesionalmente. Afortunadamente, con 15 años recién cumplidos pude comenzar mi carrera como Dj profesional —que aún compagino a día de hoy—, pero no fue hasta que cumplí la mayoría de edad que me adentré seriamente en la industria discográfica, un mundo que, por tantas y tantas vueltas que da la vida, abandonaría en 2009.
Al año siguiente, imagino que empujado por ese instinto creativo que apretaba fuerte desde dentro y al que ya no podía dar salida con la música, escribí un libro de temática humanística titulado «El Disc.Jockey del Silencio». A lo largo de todo lo que duró la etapa de promoción, me di cuenta de que las fotografías —que me cedían amigos fotógrafos o que descargaba legalmente de Google, de bancos de imágenes libres de derechos de autor— acompañadas por frases extraídas del libro, tenían un tremendo éxito en las redes sociales, y un buen día pensé: «¿Y si tomara yo mismo mis propias fotos?». Y de ese modo, sin comerlo ni beberlo, me adentré en esta apasionante aventura a la que ahora me dedico en cuerpo y alma.
Al principio solo era un concepto, no tenía ni la más mínima idea de cómo tomar una foto en condiciones, no obstante, sabía que aquello era exactamente lo que deseaba. Quería aprender con todas mis fuerzas, así que como buen cabezota que soy, me puse a ello de forma bastante obsesiva. Comencé «tomando prestada de forma indefinida» una cámara digital Bridge que mi padre apenas usaba mientras hacía lo posible por ahorrar.
Tan pronto como pude, compré mi primera cámara Réflex de sensor APS-C. La evolución «cacharrística» que siguió a esa primera cámara y al objetivo que venía en el kit, fue bastante lógica para alguien a quien le gusta la fotografía de viajes y el paisajismo: un objetivo económico y resultón para retratos, y un buen gran angular. El siguiente paso fue más común que lógico, ¡necesitaba una cámara Full Frame para mejorar mis instantáneas! ¿Me la compré? Sí. ¿Mejoraron mis fotografías? No. Es cierto que en aquella época, con aquella tecnología, pude hacer algunas nocturnas con menos ruido que con mi cámara anterior, pero no supuso ninguna mejora en cualquier otro aspecto.
El 90% de mi trabajo fotográfico está hecho con la ayuda de un trípode, enfocando a la hiperfocal y contextualizando la escena que plasmo en él. De manera que no necesito objetivos excesivamente (vo)-luminosos que creen un aislamiento mareante del sujeto y un bokeh capaz de hacer bajar a todos los arcángeles, querubines y demás criaturas celestiales para que me hagan una ola en agradecimiento a la cremosa calidad del desenfoque que haya podido lograr en una fotografía.
Y es que de hecho, en mi opinión, el buscar unos desenfoques extremos es el único motivo por el que hoy en día es justificable un sensor Full Frame, y aún así, debemos tener presente que la diferencia es sólo de un paso respecto a los sensores APS-C. Por otra parte, de todos es sabido que, como norma general, en el universo Full Frame todo es más grande, pesado y caro, y para alguien como yo —que no se baña en billetes de 500€, que ha pasado de los 40, que ha sufrido una hernia, una operación de menisco y que suele subir montañas cargado con todos los bártulos más trípode y cantimplora— son cosillas a considerar.
Cuando empecé a darle vueltas al tema de hacerme con un equipo más ligero, tenía claras una serie de premisas, y la primera de todas era la calidad. Como fotógrafo soy bastante meticuloso, y no quería que un cambio de sistema me diera problemas de ningún tipo o representara dar un paso atrás cualitativamente hablando. Fujifilm me había atraído siempre por varios motivos; al margen de ser una empresa cuya política me parecía fabulosa (en especial la atención al cliente y las constantes actualizaciones gratuitas de firmware en muchas de sus cámaras), la robustez de sus productos, la fama que precede a sus lentes, su buen hacer en ISOS elevados y lo especial de los «colores Fuji», habían hecho que siempre les tuviera un ojo echado a sus productos.
Apareció la Fujifilm X-T2 y me enamoré al acto; al fin una cámara que tenía todo lo que deseaba, a prueba de bombas y de tamaño contenido. Me informé cuidadosamente, con hechos, pues internet es una herramienta increíblemente útil, pero como hagas caso a todos los comentarios que leas, puedes volverte completamente loco; ¡no comprarías nada jamás! Pedí algunos archivos .RAF a varios conocidos para poder «trastearlos» yo mismo y comprobar de primera mano si era un sistema válido para mis requerimientos o no. Tras hacer mil y una pruebas, quedé totalmente convencido con los resultados que obtenía.
Por si a alguien le puede interesar, mi forma de procesar los archivos RAW que entrega el sensor X-TransIII es la siguiente: Primero paso el archivo en cuestión a DNG mediante el Iridier X-Transformer. Desde Lightroom gestiono el color y procesamiento básico del revelado digital, anulando todo el apartado de enfoque, tan solo dejando entre 25 y 35 el valor de «color» dentro del apartado de reducción de ruido (todo lo demás, incluida la luminancia, a 0).
Cuando todo está a mi gusto, exporto el archivo a Photoshop, le doy los últimos retoques si son precisos, y enfoco con «Enfoque suavizado» las zonas en las que sea debido (el enfoque en el cielo o en el agua de una fotografía de larga exposición es totalmente innecesario, por ejemplo), siempre con unos valores no demasiado elevados, pues al no llevar filtro de paso bajo la nitidez que entrega este sensor es extraordinaria. ¡Y eso es todo! Cada cuál tiene su sistema y forma de trabajo, yo sólo doy fe de que éste funciona, y funciona excelentemente bien, con unos resultados que para mí, son perfectos, y puedo decir que estoy 100% contento de haber hecho el cambio de sistema.