Nunca imaginé lo que me iba a encontrar cuando cogí el avión hacia Nueva Delhi un martes 30 de octubre de 2018. Desde pequeña había tenido la India como un país exótico al que me moría de ganas de visitar y ahora tenía la oportunidad de experimentar a través de una formación de Yoga en Rishikesh y un voluntariado en Food For Life Vrindavan (FFLV).
¡Me iba con mi nueva Fujifilm X-T100, me habían contado maravillas de ella y tenía ganas de ponerla a prueba!
El primer destino fue Rishikesh, donde me esperaban 30 días intensos de formación. Allí tuve la oportunidad de profundizar y sumergirme como nunca lo había hecho en la práctica del yoga. Allí se nos enseñó a utilizar la conexión con nuestro cuerpo para ver la vida con otra perspectiva, a adaptarnos a las circunstancias, a no forzar nuestros límites y vivir una vida más calmada. Al final, uno se da cuenta de que el yoga no es solo una práctica física, sino un estilo de vida.
En cuanto a Rishikesh, los días en la ciudad sagrada eran intensos. Miles de peregrinos venían a bañarse al Ganges, a visitar las decenas de templos, a cursar formaciones de ayurveda, yoga u otras disciplinas… ¡Y es que uno no se puede cansar de Rishikesh! Personalmente me quedo con el Ganga Aarti en el templo de Lakshman (ritual hindú donde se ofrece la luz de las lámparas de ghee a los diferentes dioses). Siempre que venían extranjeros, el Swami del templo los hacía participar en el aarti y eso hacía que la ceremonia fuera más amena. El olor a incienso, la puesta de sol, las luces de las lámparas de ghee, el canto del mantra… todo era fascinante. Como os podéis estar imaginando, había miles de momentos para capturar y poco tiempo para reaccionar. La ligereza y facilidad de uso de la X-T100 fueron la pieza clave para capturar todos estos momentos.
Una vez acabada la formación, me esperaba mi siguiente destino, Vrindavan, dónde iba a empezar mi voluntariado en el departamento de marketing y comunicación de FFLV.
FFLV se hace 25 años con el objetivo de proporcionar educación y dar soporte a niñas de familias sin recursos de la zona de Vrindavan. De esta experiencia me quedo con la alegría y esperanza que las niñas transmitían ¡y con la sesión de fotos que hicimos! Verlas felices en la escuela y escuchar sus sueños me hace creer firmemente que ellas y proyectos como el de FFLV pueden cambiar el futuro de la mujer en el país.
En cuanto a Vrindavan, me alegra haber tenido tiempo para descubrirla. Visitar templos y participar en los kirtans era mi mayor pasatiempo. Allí se respiraba devoción y una paz que en pocos lugares he podido experimentar. Me gustaba pasear y perderme por las calles con mi X-T100, siempre encontraba un templo nuevo en el que capturar algún instante interesante.
Por último, me gustaría hablar de la gente que he tenido la oportunidad de conocer y hasta convivir durante este mes y medio de viaje. Sin ellos no hubiese sido el mismo ya que cada uno venía cargado de enseñanzas que me van a marcar para siempre. Soy consciente de que a la mayoría de ellos no los voy a volver a ver nunca más, pero me siento infinitamente agradecida de haber podido compartir prácticas de pranayama, viajes en motocicleta, clases de cocina particulares, cantos devocionales, fiestas en azoteas, conversaciones interminables, risas y llantos, meditaciones, abrazos… Lo bonito de todo esto es que al final uno se da cuenta de que no importa de dónde venimos o las cosas que hemos hecho. En todo ser humano, reside la misma energía y esta energía contiene amor, bondad.