Hará cosa de un mes, Fujifilm España me propuso realizar una entrada para el blog de la Serie X y como no, de buen gusto y con satisfacción, acepté. Me invitaron a realizarla sobre viajes, incorporando a esta entrada, como es lógico, mi experiencia con la citada serie X con lo que, el binomio viajes/fotografía reunía dos de mis grandes aficiones así que, me puse con ello.
Antes de continuar, lo más correcto y protocolario, es que me presente a vosotros que hoy leéis esta entrada del blog. Soy José Miguel González (en Instagram @espolin96), valenciano de 42 años, y como os decía, aficionado a viajar fotografiando el mundo. De hecho, estoy en ello, sólo me falta más tiempo. Pero estoy en ello.
Cuando Fujifilm España me propuso el artículo, dudé entre varios destinos últimos que había visitado y finalmente me decanté por los Fiordos Noruegos. Han sido varios los motivos que me han llevado a esta dubitativa elección: en primer lugar, su exotismo, grandiosidad y la espectacularidad de sus paisajes; pero quizá, lo que más me impulsó a decidirme por este viaje fue porqué en él iba a poder exprimir al máximo las cualidades de mi recién adquirida (pocas semanas atrás) Fujifilm X-T20. Había estado un año con su antecesora, la X-T10 (aprovecho para confesar que con ella “volvió la pasión”; la X-T10 me hizo despertar de un largo letargo alejado de la fotografía. Sí, esas rachas por las que atravesamos todos los aficionados cuando uno no encuentra la motivación, las ganas de salir sin rumbo a disfrutar del hobby por el mero hecho de pasar un buen rato, o simplemente… no había dado con la cámara que me devolviera esa ilusión y pasión. Supongo que fue su mimada estética retro que me enamoró desde el primer momento – “love at first sight” – y lo que aún fue más significativo: la versatilidad y personalización de tantos controles).
Como os decía, tras un placentero año con la X-T10, decidí dar un paso más, y me hice con la nueva: su “hermana mayor” (X-T20). Una cámara con un nuevo sensor y procesador que a buen seguro me iba a responder con creces, y positivamente, ante situaciones más complicadas de luz, o la bienvenida utilidad de la pantalla táctil, por citar brevemente algunas mejoras incorporadas en ésta. Así que, con el viaje a la vista por los fiordos noruegos, no había mejor “excusa” para dar ese salto de calidad, ir a por ella, y exprimirla por aquellas maravillosas tierras.
Quien los haya visitado ya, estoy convencido de que coincidirá conmigo en que es uno de los lugares del mundo más espectaculares y mágicos. Mi viaje opté por realizarlo y conocer los idílicos fiordos a bordo de un crucero (mi otra gran pasión); es cierto eso que dicen que, en este tipo de viajes, apenas te da tiempo a conocer realmente cada lugar en los que haces escala pero sinceramente, y más en concreto para visitar los fiordos noruegos, creo que es lo mejor. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los pueblos y ciudades a visitar (los más turísticos), son pequeñas poblaciones y por lo tanto, con el tiempo de parada que suelen realizar los cruceros (5-7 horas), da tiempo suficiente a tomar una pincelada de cada uno de ellos y quedar prendado por su belleza. Y qué duda cabe de que, tratándose de fiordos, obviamente la navegación por ellos, es incuestionablemente necesaria. Está muy bien verlos desde tierra firme, pero navegarlos… son palabras mayores.
La ruta que realicé partía desde Southampton (al sur de Reino Unido); para un apasionado de los cruceros, como es mi caso, embarcar desde el histórico puerto desde el que partió el Titanic, aporta un punto nostálgico y especial. Muy recomendable para los que visitéis el lugar, ver el museo dedicado a él. Merece la pena.
Una vez embarcados, y dejando atrás tierras británicas, tomamos rumbo a Noruega para visitar las localidades de Stavanger, Hellesylt/Geiranger, Flam, Alesund y Haugesund, concluyendo nuestro viaje en la capital noruega: Oslo. Como os decía anteriormente, la navegación por ellos fue una gozada y la presencia de tan majestuosos paisajes, de la madre naturaleza en estado puro, del sonido y la fuerza de sus cascadas, de las inolvidables puestas de sol vividas… hicieron que ese viaje calara hondo en mi interior. La ciudad vieja en el corazón de Stavanger con sus más de 150 casas de madera blancas de los siglos XVII y XVIII, el imponente, indescriptible y sublime fiordo de Geiranger, el mítico tren de Flåm a las elevadas montañas de Myrdal, el mirador del monte Aksla desde el cual divisar la arquitectura art nouveau de gran parte de la ciudad de Alesund, o la propia capital Oslo, con su bucólico parque de las esculturas Vigeland.
Quisiera despedirme con una recomendación: si os presenta la vida una oportunidad para visitar los fiordos noruegos, no lo dudéis. Es un viaje al corazón de la naturaleza, al bienestar y a la calma que tantas veces perseguimos en nuestro día a día. Eso sí, no olvidéis el paraguas, el chubasquero… y un buen número de tarjetas SD y baterías para alimentar a vuestras “X”.
Un saludo compañeros, y hasta la próxima.