La fotografía para mí es una vía de conocimiento, acercamiento y aprendizaje. Desde que empecé a juguetear con cámaras mi relación con la fotografía ha sido una evolución constante que me ha llevado por caminos muy diferentes, todos interesantes.
Mi último proyecto, Bubble Beirut, lo realicé a lo largo de cinco años y nueve estancias en el Líbano de entre diez días y un mes y medio de duración. Durante todo este tiempo, prolongado por motivos que no tenían relación con el proyecto, pasé por un proceso de cambio en mi manera de fotografiar y mirar a los supuestos sujetos que estaba retratando.
En un inicio, cuando aterricé en el Líbano, el impacto fue tal que quise plasmar a través de mi cámara aquello que más me atrajo de mi experiencia en aquel entorno exótico: un país en conflicto, y allí, como si nada, aquellas vidas con abundantes lujos, ostentosas fiestas y aparente diversión. Aunque mi compañero de viaje y yo parecíamos ser las únicas personas a las cuales nos sorprendía la situación, supimos movernos por fiestas, cenas y celebraciones de la jetset libanesa con cierta naturalidad. Y con risas nerviosas y mucha dignidad volvíamos de noche al hotel más cutre de la ciudad.
Las ansias de descifrar un país tan complejo cuya ubicación en el mapa lo hace aún más complicado de entender, me motivaron a viajar más a menudo, y poco a poco me fui acercando a las personas a las que estaba retratando. Eso me llevó a pasar más tiempo con ellas, a pensar más en lo que quería fotografiar y a dedicar más atención a cada imagen. Las fiestas acabaron siendo necesarias para introducirme en esa burbuja en la que, una vez dentro, intenté captar la esencia de la seducción y el rechazo que me producía esta realidad.
Al poco tiempo de terminar con el proyecto empecé a sentir la necesidad de reemplazar mi equipo fotográfico por uno más acorde con mi nueva manera de mirar, quizás más pausada. También buscaba más calidad en las imágenes, lo que me llevaba a pensar que mi nueva cámara tendría que ser de formato medio, pero no muy pesada, porque normalmente cuando trabajo me muevo mucho y siempre voy con la cámara colgando.
Pasé un tiempo buscando y valorando diferentes opciones. Al probar la cámara Fujifilm GFX50R me pareció tener en las manos una cámara que me ofrecía algo de lo que estaba buscando a la vez que, por su ligereza, no me costaría nada adaptarme a ella.
El visor electrónico no me gustó inicialmente pero, como me dijo un amigo, te acostumbras rápido. Luego me encantó el formato, ni muy rectangular -como el 35 mm, que casi siempre me obliga a disparar en horizontal- ni cuadrado como el 6×6. Es un término medio que me encanta a la hora de componer y me permite disfrutar de ese tiempo que dedico a mirar por el visor hasta el momento del disparo.
Me la compré junto con el objetivo Fujinon GF63mm F2.8, que corresponde a un 50mm en paso universal, distancia focal con la que normalmente disparo y que de momento no tengo intención de cambiar. Con este equipo estoy empezando un nuevo proyecto y la versatilidad que me ofrece la cámara también me ha permitido hacer otro tipo de reportajes y encargos de bodegones, fotografía de viajes, animales…
Algunos ejemplos de esas fotografías se muestran en la siguiente galería.