Abney Park apareció por sorpresa en mis primeros reencuentros londinenses. De eso hace más de dos años. Las semillas para la posterior investigación y desarrollo de un proyecto personal sobre comunidades de viviendas sociales en el distrito de Hackney, germinarían a partir de algo muy característico del acto fotográfico: la capacidad de obligarte a estar presente. Parar y observar. Me atrevo a afirmar, hoy, una postura radical e inconformista.
Denominado como un lugar para no conformistas (The Campo Santo of the Dissenters), Abney Park es uno de los siete cementerios victorianos conocidos como los ‘Magnificent Seven’, cuya construcción sería aprobada por ley el año 1832 estableciendo nuevos cementerios privados superada la capacidad de los que había en el centro de la ciudad, desbordados por el crecimiento exponencial de Londres a principios del año 1800. El término acuñado por el arquitecto e historiador Hugh Meller, incluiría además los equipamientos privados de Brompton, Highgate, Kensal Green, Nunhead, Tower Hamlets y West Norwood.
Situado a pocos metros de una de las muchas zonas donde la gentrificación ha azotado a la capital británica, Stoke Newington, al noroeste de Hackney entre los barrios de Stamford Hill y Dalston, Abney Park se caracteriza por haber sido uno de los principales cementerios no conformistas, todos aquellos que practicaban su religión fuera de la iglesia establecida (iglesia anglicana), abierto a todos independientemente de su convicción religiosa.
La arquitectura y planificación del espacio, de William Hoskings, traduce los retos conceptuales del espacio de la época, cuya antesala de influencias neo-egipcias da entrada a un jardín no confesional sin líneas divisorias entre las áreas de entierro de grupo religioso o fe.
Actualmente una reserva natural local, el exótico bosque en plena era victoriana, concebido por los conocidos horticultores Loddiges, las 13 hectáreas propiedad de Lady Mary y Thomas Abney se convertirían además en un arboretum de más de 2.500 especies plantadas en orden alfabético, cuya variedad de árboles y plantas tanto autóctonas como exóticas para estudio científico, siguen haciendo de este singular lugar un oasis de silencio y hospitalidad en la bulliciosa urbe.
Gestionado por la administración pública desde 1970, década a partir de la cual sus funciones como cementerio cesan, el lugar cae en el abandono convirtiéndose en una salvaje y decadente selva urbana que invita a perderse entre arbustos, maleza, árboles antiguos y de nueva plantación que conviven entre las más de 200.000 personas sepultadas, entre ellas personas que perecerían en las 1ª y 2ª guerras mundiales o una de las dos bombas de la segunda guerra mundial sin explotar que yacen en el barrio.
Acompañada de una cámara Fujifilm X-Pro2, cámara profesional, robusta a la vez que ligera y de manejo intuitivo, su visor híbrido invita a sumergirme en una deriva hacia esos tantos otros espacios y tiempos que el lugar esconde y fundirme en un entorno de belleza e intimidad abrumadora donde la vida y el final de la misma conviven. La naturaleza, el tiempo, siguen su curso. Como complemento, ópticas de alta precisión fijas Fujinon XF de 14, 28 y 35mm para registrar la amplia gama y matices de verdes que me rodea. El discreto diseño del dispositivo me permiten trabajar de una manera poco invasiva y respetuosa con el contexto, personas que como yo encuentran en Abney una forma de desaparecer y encontrase consigo mismas. El equipo idóneo que me permite sacar el mayor rendimiento en coherencia con mi método de trabajo, a fuego lento.
Fotografiar, en un intento de congelar aquello que fue y ya no es; pensar, imaginar y soñar. Querer ver. Y es a partir de esa huella, síntoma de lo que fue e indicio de lo que pueda ser, donde encuentro el lienzo para nuevas historias cuya recepción plantee una nueva recreación.
Ashes to ashes, dust to dust.