Hace 38 años que nací en una isla, por eso no es sorpresa que mi carrera profesional haya ido siempre de la mano del mar. Nuestra relación es una de esas relaciones que duran toda una vida. Supongo que como consecuencia de esta relación empecé mi carrera profesional en la fotografía de surf por el 2005. Eran los tiempos dorados de la industria y solo éramos un puñado de fotógrafos en toda Europa viviendo el sueño. Había presupuesto en marketing para ponerte al otro lado del planeta en cuestión de horas. Me recorrí medio mundo en busca de olas. Desde Islandia o las Islas Faroe a los tramos de costa más recónditos de Tasmania, Namibia u Omán. Pasaba 8 meses al año fuera de casa, así que pronto pasé a tener dos maletas preparadas; Una para el frío y otra para el calor.
Aquellos eran tiempos locos, tiempos de cámaras grandes y pesadas. En la fotografía deportiva, y concretamente en la acuática, necesitamos equipos rápidos y sobre todo resistentes a la sal, a la arena y al agua. La de la lluvia y la del mar. Es posible afirmar que los fotógrafos de surf ponemos muy a prueba nuestros equipos. Cada visita al aeropuerto era una aventura diferente. Chaquetas con bolsillos interiores, el truco de dejar parte del material escondido en el carro a la hora de facturar. Mil artimañanas para poder doblar la cantidad de equipaje permitido en cabina que se convirtieron en mi día a día hacían que lo que tenía que ser un sueño en ocasiones se volviera una pesadilla insoportable.
En una ocasión tuve que pagar 1.000 dólares (de los Australianos) en el aeropuerto de Sydney en concepto de exceso de equipaje. El viajar con material fotográfico se había convertido en una sangría. Si no iba como equipaje de mano tendría que ir facturado, pero luego nadie se hacía responsable de que llegara de una sola pieza (y para ello se aseguraban de que firmaras reconociendo que eras el único responsable de todo aquello).
Por aquella época era lo que había. El mercado fotográfico estaba dominado por dos dinosaurios con pocas ganas de arriesgar lo que habían conseguido y no existían alternativas. Con la aparición de las mirrorless y la cámara Fujifilm X-Pro1 se me abrió una ventana. La incluí en algunos viajes para tenerla siempre a mano, y acabé dándome cuenta de que la estaba usando para todo lo que era lifestyle, retratos y paisaje. El tamaño, el peso, el color de los RAF, y por qué no decirlo, la estética, la convertían en una delicia de cámara.
También era consciente por aquella época de las carencias del sistema para la fotografía de acción. Eran los primeros años del X System, y el abanico de posibilidades en cuanto a lentes era escaso también. Pero siempre tuve un ojo puesto en la evolución de la marca. Hasta que llegó la Fujifilm X-T1 y ahí hice lo que para mucha gente era una locura en la época. Vender todo mi equipo y convertirme a Fujifilm. Casi a ciegas, lo que no dejaba de tener riesgo. Optar por una marca nueva requiere, además de un alto grado de confianza en la misma, una curva de aprendizaje que puede llevar bastante tiempo.
Así y todo lo vi claro. El tamaño, el peso, la calidad de la imagen, la nitidez. Editar esos primeros archivos siempre fue una delicia, y lo sigue siendo hoy en día. Hoy por hoy, Fujifilm ofrece un elenco de cámaras y lentes que satisfacen tanto las necesidades de los aficionados a la fotografía como a los profesionales más exigentes. Prueba de ello es que algunas de mis fotografías están impresas a 8 metros en vallas publicitarias, en paneles retroiluminados aeroportuarios o como doble página en revistas internacionales. Créeme que ningún editor aceptaría una foto con colores falsos o falta de nitidez.
Algunos años más tarde resulta curioso ver como la mayor parte de mis colegas de profesión han seguido los mismos pasos. ¿Acaso no pasó lo mismo con el paso del analógico al digital? Aquellos que lo hicieron primero lograron posicionarse mejor respecto al resto. La tecnología existe y avanza como el viento. Si decides aprovecharla o no es una decisión personal como otra cualquiera. Hoy en día creo que existe poca gente capaz de rebatir las ventajas de un sistema sin espejo, y muestra de ello es que hasta las marcas que se resistían a cambiar se hayan unido a la tendencia. Fujifilm es, hoy por hoy, todo lo que necesito para mi trabajo fotográfico, y lo mejor de todo es que entra todo mi equipo en una sola mochila. ¡Adiós al estrés en los aeropuertos!