Tránsito a través de los campos que en otros tiempos fueron agua. Aunque yo nací al otro lado y estoy más acostumbrado a la vida en la ciudad siento un respeto reverencial por la tierra que piso y que tanto me está ayudando a entender el mundo en el que vivo y sus costumbres. La fotografía nos da excusas tan perfectas y maravillosas como para sumergirnos en tantas realidades como queramos, que se convierte en una fuente inagotable de conocimiento.
Aquí llegué bastante escéptico con un interés por descubrir, conocer y profundizar en las relaciones entre las personas y el territorio. En poco tiempo percibí una sensación de amenaza casi permanente que alguien que viene de la ciudad no puede percibir desde el otro lado, en la inquietante presencia que suponen los edificios que nos observan a lo lejos. Cuando uno vive en la ciudad y desconoce las tensiones y la fragilidad que sufre el territorio que la rodea no es consciente de lo que pasa allí. Sin embargo, al observar la ciudad desde fuera uno percibe la enorme dimensión del problema que supone su expansión.
Cuando salgo a fotografiar por los entornos naturales y agrícolas periurbanos me contagio y mis movimientos se vuelven más lentos y pausados que en la ciudad. Percibo otras inercias a mi alrededor, otras vidas, otros ritmos en las manos que trabajan la tierra, otros aromas, la humedad en el suelo, en las plantas, en las ropas y en las pieles de los trabajadores del campo, en el aire pesado del final del día. Sin darme cuenta me voy impregnando yo también y me instalo en la calma, me tomo mi tiempo y a veces se me pasan los minutos e incluso las horas.
Observo y me dejo llevar, porque fotografiar es eso, observar y dejarse llevar, es adaptarse al entorno, impregnarse y buscar instantes. Fotografiar es penetrar en otras realidades, en otros lugares y otras vidas sin juzgar, aprendiendo que eso de observar poco tiene que ver con la mirada y mucho con el sentimiento y la emoción, un aprendizaje que no acaba nunca porque la vida a nuestro alrededor, la de los pequeños instantes y momentos únicos no dejará nunca de sorprendernos. De alguna manera desde que empecé a hacer fotografía he sabido que eso es así y desde el principio he sentido una gran atracción por estar en la escena, por vivirla desde dentro, por formar parte de ella de la forma más discreta posible, pero sintiéndome implicado. Por eso mi forma de entender la fotografía y de aprender es a partir de las personas, de sus menesteres cotidianos y de su experiencia vital a la vez que se nutre la mía, por eso le doy las gracias a la fotografía por permitirme acercarme a otras gentes y descubrir y enriquecerme con sus experiencias.
Desde hace un par de años me muevo por el Delta del Llobregat, un territorio contradictorio lleno de campos, espacios naturales protegidos, multitud de caminos, río y humedales, vías de tren y cientos de kilómetros de asfalto, puerto, aeropuerto y zonas logísticas, rodeado por el mar, las montañas y un magma urbano que avanza de forma silenciosa generando enormes tensiones en el territorio. Desde el principio me sentí cómplice de las desdichas de ese territorio que lucha por su supervivencia y la de sus gentes, consiguiendo que me implique en su divulgación y en el enorme valor de su existencia. El hilo conductor ha sido la actividad que realizan las personas que transitan, viven, trabajan o disfrutan de y por sus entornos naturales, entornos en los que me reconcilio con mi pasado y conmigo mismo a través de mis fotografías.
A nivel fotográfico ha supuesto todo un reto para mí. El reto de los lugares inhóspitos, de la pérdida del anonimato, del acercamiento a personas desconocidas, el reto de la relación con gentes de otras culturas, el reto de interactuar con gente sin hogar, de tratar con trabajadores del campo procedentes de otros continentes. Retos que a la postre han sido exigencias que me han hecho crecer y ser más honesto con mi forma de fotografiar y que suponen una forma de fotografiar diferente desde la amabilidad y el consentimiento.
En este sentido llevar conmigo cámaras como Fujifilm X-T1 y X-T2 de tamaño relativamente discreto facilita mucho el acercamiento poco intrusivo, que no produce rechazo e incluso me permite hablar a la gente mirándoles a los ojos mientras sostengo la cámara entre las manos. En muchas situaciones de acercamiento a gente con la que trato por primera vez es un fundamental que la persona no se sienta intimidada, incluso hay veces que decido no sacar la cámara hasta que la persona se sienta más confiada. Mi estilo para sacar el máximo rendimiento y versatilidad a las cámaras consiste en utilizar la pantalla abatible y objetivos con zoom, en concreto el Fujinon XF16-55mm y XF50-140mm cuando la situación lo requiere. Gracias a esa forma de usar los equipos puedo encuadrar un mayor número de escenas que si disparara exclusivamente desde el visor o con objetivos fijos.