Cuando hace unos meses nos propusimos hacer un proyecto fotográfico conjunto, pensamos que tenía que ser algo que nos apasionase a ambos y, a la vez, tenía que ser en un lugar donde los equipos fotográficos Fujifilm se pudiesen poner a prueba bajo duras condiciones climáticas.
Aquí nace Boreal Wings. Por primera vez en España dos X-Photographer de naturaleza fotografiaríamos aves en el Ártico noruego y la Laponia finlandesa para poner a prueba nuestros equipos.
Nuestro plan consistió en fotografiar el mayor número de especies posible en tan solo nueve días de viaje. Comenzamos nuestra aventura en la localidad lapona de Kaamanen, en el corazón de la taiga finlandesa.
Este primer contacto nos produjo un gran entusiasmo, donde carboneros lapones y sibilinos, camachuelos picogruesos, arrendajos siberianos y, por supuesto, un buen número de ardillas grises supondrían en nuestra primera etapa todo un reto.
El frío polar presente en todo momento puso a prueba tanto a fotógrafos como a equipos, ya que la temperatura ambiente oscilaba a lo largo del día entre -10 ºC y -15 ºC y, en ocasiones, iba acompañada de fuertes ventiscas que propiciaban aún más una sensación térmica muy por debajo de las temperaturas indicadas. Este frío nos hacía, a veces, desistir para recuperar la destreza necesaria que nos permitiese continuar con nuestros propósitos fotográficos y probar nuestros equipos ante tales condiciones (hemos de decir que, en todo momento, la respuesta fue firme ante nuestras exigencias).
Cierto es que, bajo la penumbra de un bosque de pinos y abedules, donde la luz natural era muy escasa, el uso de ópticas ultraluminosas nos fue de gran ayuda. En estos casos, y al tratarse de aves pequeñas y muy inquietas, poder reducir el tiempo de exposición para conseguir velocidades de obturación adecuadas es indispensable para garantizar buenos resultados.
Ante nuestro escenario, las condiciones para fotografiar estas pequeñas y agitadas aves eran un tanto complejas por la cantidad de vegetación existente. Nuestra primera toma de contacto suponía una interesante prueba de equipo, sobre todo para el sistema de enfoque, cuya gran cobertura de puntos en el área nos facilita mantener un sistema de enfoque efectivo a la vez que conservamos la composición. Algo que nos gusta mucho es poder aumentar o reducir el punto único de enfoque para adaptarlo, en este caso, al escenario tan enmarañado por donde se movían nuestros protagonistas.
Para ello, decidimos disponer de distintas unidades de cámaras, por lo que incluimos en nuestras mochilas fotográficas dos unidades de Fujifilm X-T3, dos unidades de Fujifilm X-H1 y un cuerpo Fujifilm GFX 50S de formato medio, principalmente para paisajes.
En cuanto a ópticas, nuestra elección era sencilla: dos unidades del nuevo teleobjetivo ultraluminoso Fujinon XF20 mm F2 combinados en los cuerpos X-T3. Este conjunto, unido al nuevo teleconvertidor 1.4x, nos ofrece una distancia focal equivalente a 420 mm F2.8 y, si a esto le sumamos el factor de recorte deportivo de 1.25x que posee la cámara, obtenemos una focal nada desdeñable de 525 mm F2.8 (aun cuando hay que tener en cuenta que, si usamos este recorte, la cámara nos entrega un raw de 16,6 Megapíxeles). El uso de estas distancias focales, en apenas 3 kg de peso en conjunto, nos permitió disfrutar de una gran polivalencia al combinar estos tres factores, además de poder disparar muy cómodamente a pulso a sujetos en vuelo.
Los cuerpos Fujifilm X-H1 los destinamos para tomas de vídeo a mano alzada, así como para fotografías con gran angular. Los objetivos utilizados fueron el nuevo Fujinon XF8-16mm F2.8, Fujinon XF16mm F1.4 y Fujinon XF10-24mm F4.
Al día siguiente, tocaba cambio drástico de ambiente; pasaríamos de los maravillosos bosques lapones a la tundra ártica noruega, con un auténtico páramo de nieve y hielo que nos esperaba para recordarnos que estábamos en el Ártico. En nuestro camino hacia la localidad costera de Båtsfjord, en la península de Varanger, pudimos comprobar la dureza de estos parajes. El frío y el viento glacial nos pusieron en más de un apuro, ya que apenas nos dejaban apretar los obturadores de nuestras cámaras, haciendo que, en ocasiones, resultase prácticamente imposible realizar nuestro trabajo.
Tras la complicada y dura travesía por este paraje de tundra helada, que puso a prueba nuestra resistencia en algunos momentos, llegamos a nuestro destino, el puerto pesquero de Båtsfjord.
Al día siguiente, tocó madrugar y, a las dos de la madrugada, esperábamos ya a nuestro contacto para salir en zodiac en busca de los ansiados eíderes reales, eíderes chicos o de Steller y los elegantes patos havelda.
Para esta sesión, en la que permanecimos ocho horas flotando en una pequeña plataforma, decidimos montar de nuevo nuestras Fujifilm X-T3 con el Fujinon XF200mm F2 y dos cuerpos de Fujifilm X-H1 para la grabación de planos de vídeo, ya que su estabilización de cinco ejes sería perfecta para tomas a pulso dentro del escondite flotante.
Esa mañana, un fuerte temporal de viento y nieve zarandeó el escondite a un lado y otro y hacer fotos en aquella especie de montaña rusa se convirtió en una auténtica odisea. Tras un fuerte mareo, y con el cuerpo entumecido por el frío y la humedad, la agitada mañana se saldó con apenas unas fotos de los famosos eíderes.
Tras salir del escondite flotante, nuestro guía nos ofreció una excursión en zodiac por el fiordo para poder fotografiar eíderes en vuelo y visitar una colonia de gaviotas tridáctilas que anidaban en un viejo y abandonado buque, algo realmente bello e inédito.
Nuevo día. Nueva etapa. Recogimos los bártulos y recorrimos 200 km hacia el enorme fiordo de Varanger, concretamente a la localidad noruega de Vestre-Jakobselv. Algo de nerviosismo se palpaba en el ambiente, ya que estábamos a punto de ver y fotografiar, por vez primera, a nuestra ansiada y deseada lechuza gavilana, ave rapaz de tamaño medio que habita en estos inhóspitos parajes, los grandes bosques de abedules de la región.
Tras dejar el coche en el pueblo de Vestre, nuestro guía nos esperaba con las motos de nieve para adentrarnos en un bosque de acceso restringido donde crían estas mágicas aves. Tras un buen rato de incesante búsqueda, y de dejarnos la vista en cada abedul, allí estaba, quieta, expectante, a la espera de dar buena cuenta de alguna pequeña presa oculta bajo el denso manto de nieve. Gracias a los buenos consejos de nuestro guía y amigo Øyvlind, pudimos fotografiar a nuestro santo grial con una enorme emoción, sabedores de que habíamos cumplido un sueño que llevábamos años persiguiendo.
Pero nuestra aventura fotográfica del día no finalizó aquí. Al caer la tarde, nos aguardaban dos grandes sorpresas en nuestra pequeña cabaña. Después de descansar y reponer fuerzas al calor de una buena estufa, y tras fotografiar, de nuevo, algunas aves de bosque, cuando prácticamente no quedaba luz y dábamos nuestra jornada por acabada, surgieron de la nieve, como si de pequeños fantasmas se tratase, tres hermosas liebres árticas con su níveo e impoluto pelaje; todo un regalo para nuestras retinas y, por supuesto, para nuestras tarjetas de memoria.
Tras una buena sesión con las liebres, la segunda sorpresa pronto haría acto de presencia. Ya con la noche cerrada, y después un largo día con fuertes nevadas, el cielo se abrió sobre nosotros y allí estaba ella, nuestra amiga «Aurora», bailando y danzando con su hermoso vestido verde esmeralda que ponía la guinda a una jornada perfecta, llena de grandes sentimientos y emociones para ambos.