Cada nuevo encargo es un pequeño reto, y uno de los últimos, las fotos para una campaña turística del Pirineo de Lleida, me llevó a hacer fotos de rafting en el río Noguera Pallaresa. No era mi primera vez pero sí el bautizo de mi Fujifilm X-T3.
El primer tramo que debía descender me tenía que llevar a los pies de la Argenteria, la formación rocosa que inspiró a Gaudí para imaginar la inacabable Sagrada Família. Por cuestiones de logística (la barca iba llena) el plan era subir a ella justo antes del Congost de Collegats, donde se encuentra el escenario buscado, y desembarcar justo después haciendo solamente el tramo de donde tenía que salir la foto buscada.
“Mejor que lleves la cámara protegida”, me decía Albert de la empresa de rafting, mientras planificábamos donde me recogería la barca. “Sí, pero…¿hay rápidos justo en este tramo?” “Bueno, es más tranquilo que otros, sí, pero por si acaso.” La segunda opinión consultada, la de Martín, monitor que llevaría la barca, quitaba hierro al asunto, “justo el trozo del congosto es relativamente tranquilo, no tiene por qué pasar nada”. Así que pensé, “será mucho… “. El descenso del día siguiente, en la parte alta del río entre Llavorsí y Sort, ya sabía que era más movido y que sí o sí, tendría que proteger el equipo, así que para esta foto en concreto “me la juego”.
Neopreno, chaleco, casco y la cámara Fujifilm X-T3 con el recién salido del horno Fujinon XF16mm F2.8 R WR. Me gusta trabajar con focales fijas (más el versátil Fujinon XF50-140mm F2.8 R LM OIS WR) por lo que teniendo que escoger, la decisión entre las posibles ópticas se decantaba rápidamente al gran angular por el reducido espacio de trabajo en que debería moverme, o sujetarme.
Esperando la barca que venía descendiendo el río desde unos kilómetros río arriba, un último repaso, a modo de comprobación: batería llena y tarjeta de memoria vacía. El embarque, con patoso estilo haciendo equilibrios entre rocas y árboles, debió causar buena impresión a los que serían mis figurantes en la foto. Sonrisas del grupo, que se lo estaba pasando pipa. Y sonrisa la mía, del cosquilleo de cuando sabes que ahí vas, que sólo hay una oportunidad para sacar la foto que se busca y que el encuadre será el que te permita la singladura de la barca, la luz que te encuentres justo en el punto buscado y tu habilidad.
Primer rápido. Corto y aparentemente inofensivo. Por cuestiones de física, seguramente de aquella lección del instituto a la que quizás no presté suficiente atención, el agua se da un rodeo por la barca y me pilla, de lleno y por detrás, bañando mi querida cámara. De lleno. La sonrisa se me congela. Más que lo que está el agua. ¡Y aún no hemos llegado ni al lugar de la foto! Miro y remiro, por fuera, por el visor, otra vez por fuera. No me atrevo ni a comprobar si batería y tarjeta están afectadas. Todo parece bien. La cámara responde. Por suerte, lo que viene ya no puede ser peor así que me pongo a hacer fotos. Si ha aguantado esto, puedo estar tranquilo. Y sí, ni rastro de agua en compartimentos de batería ni tarjetas, ni detrás de la pantalla abatible. Nada. Un sellado perfecto.
El susto del día anterior nada tenía que ver con la decisión. Ya tenía previsto hacer el descenso largo con la cámara protegida. Tengo una bolsa estanca que ya había utilizado en anteriores ocasiones cuando trabajaba con equipo réflex, tanto en rafting como en fotos en el mar, y sabía que sería imprescindible. Pese a estar pensada para una cámara de mayor tamaño, me serviría con la pequeña y ligera Fujifilm. De nuevo con el Fujinon XF16mm, aunque en esta ocasión no me hubiera ido nada mal un zoom para tener más versatilidad, pues el descenso era mucho más largo y me daba más juego. Si bien trabajar en estas condiciones, con agua entrando en la barca, sujetándome para no caer y esquivando el palazo de algún compañero de barca primerizo no ayudaba, peor era el inconveniente de no tener el máximo control de la cámara, pues la bolsa es tan necesaria como engorrosa.
Decidí disparar en braketing de exposición para salvar los cambios sobrevenidos de luminosidad, sin perder de vista el viñeteo que podía producir la parte frontal de la bolsa si no la ajustaba bien al cristal del objetivo. Y disparar. Y dejarse llevar por el río, sin preocuparme por el agua, más bien buscándola para que quien viera las imágenes pudiera sentir la sensación de sortear los rápidos. Me imagino que, sin la bolsa, la cámara no hubiera sobrevivido este segundo descenso pese al buen sellado que demostró el primer día. O quien sabe, quizás la próxima vez me atreva y os lo cuente.