Este verano me propusieron un viaje al desierto de Marruecos junto con un grupo de fotógrafos mallorquines. Fue la oportunidad de cumplir un sueño y poner a prueba mi Fujifilm X-T2 para fotografía de paisaje, habitualmente la utilizo para street y retrato.
A finales de octubre pusimos rumbo a Marruecos junto a nuestros guías Andrés y Umberto de DreamHunters, un destino con infinidad de posibilidades fotográficas. Nuestro primer objetivo era fotografiar la belleza natural del entorno, pero yo fui también con la intención de descubrir un país muy diferente en su estilo de vida y costumbres.
Normalmente utilizo el blanco y negro en mis fotografías, no obstante en este viaje el color tenía un atractivo especial y me decanté por utilizar el simulador de película Camera Provia Standard de Fujifilm en el procesado.
Al llegar a Marrakech nos dirigimos directamente a Merzouga, a 585 km. de distancia. Dos días de carretera recorriendo la cordillera del Atlas en un microbús. Curvas interminables y una forma de conducir bastante diferente a la nuestra. Parecía que los vehículos más grandes tenían prioridad en los adelantamientos y las líneas continuas estaban para decorar la calzada.
Pasamos la primera noche en Aït Ben Haddou donde visitamos su Ksar, una fortificación que rodea un granero declarado Patrimonio de la Humanidad desde el año 1986 y donde se han rodado muchas películas conocidas.
A la mañana siguiente continuamos nuestra ruta al sur, una carretera con gran variedad de paisajes, hasta llegar al desierto. Encontramos algunos niños que, en nuestras paradas, nos pedían comida.
Aunque llevé todos mis objetivos, el 90% de mis fotografías las realicé con un Fujinon XF18-135mm por su versatilidad.
El desierto de Merzouga era el motivo principal de nuestro viaje. No defraudó a nadie. Llegamos al anochecer y después de cenar nos adentramos en las dunas para realizar una salida nocturna. Una gran luna llena permitía ubicarnos y caminar con seguridad. A la mañana siguiente al salir el sol, la luz incidió sobre la arena y las dunas mostraron todo su esplendor.
Durante el día visitamos diferentes lugares de la zona. Antes de llegar a Risani unos auténticos bereberes nos deleitaron con música y baile regionales. También paramos en un comercio para comprar, regateando el precio como es costumbre allí, los famosos turbantes tuareg, indispensables para afrontar las condiciones del desierto.
Visitamos el mercado del pueblo de Risani con unas costumbres y comportamiento muy diferente al de Marrakech, al que fuimos unos días más tarde. En Risani no son muy partidarios de ser fotografiados. Teníamos que entablar conversación y ser amables con sus gentes antes de realizar nuestras instantáneas. Era realmente una lástima porque los puestos de comida, las personas y el entorno eran de un atractivo especial. Cualquier fotógrafo podría haber llenado sus tarjetas de memoria solo en ese lugar.
Para pasar lo más desapercibido posible entre la gente opté por el obturador electrónico.
Al caer la tarde, nos dirigimos en camello hasta la gran duna para pasar la noche en un campamento de jaimas. Dormimos poco, queríamos aprovechar las horas nocturnas para fotografiar las estrellas. Solo teníamos una hora entre la puesta de la luna y la salida del sol para ver la vía láctea. Volvimos a adentrarnos en el desierto, en esta ocasión descalzos para experimentar más sensación de libertad. Sorprende la ausencia total de ruido al estar entre las dunas por la noche.
Para fotografiar las estrella fue de gran ayuda el indicador de distancia que me aparecía en la pantalla durante el enfoque manual.
El quinto día sirvió, después de recorrer varios kilómetros por donde no había nada, para conocer a los nómadas, pequeñas comunidades que viven en casas de adobe construidas por sus familias años atrás. Los niños, al ver nuestros 4×4 nos esperaban ansiosos porque sabían que los turistas se acercan hasta allí con dulces y juguetes. Aunque son reticentes a las fotografías posaron para nosotros. Nos invitaron a té y les enseñamos algunas fotos que llevamos en nuestros móviles.
Recorrimos diferentes pueblos y espacios naturales impresionantes de regreso a Marrakech, el punto final de nuestra aventura. Vimos detalles curiosos que ya habíamos encontrado a lo largo de nuestro viaje: había muchas motos, la mayoría sin matrícula y en ocasiones con más de dos personas encima, el casco era opcional. La plaza de Jamaa el Fna de Marrakech, donde se encuentra el mercado y el zoco, es otro mundo. Un caos generalizado, muchos lugareños cuando nos veían con las cámaras nos pedían dinero para poder hacerles fotos. Por sus calles estrechas circulaban multitud de motocicletas y carros entre la gente.
En resumen, para mí este viaje ha sido una experiencia inolvidable que recomendaría para cualquier fotógrafo, sobre todo la zona de sur de Marruecos que aún conserva la esencia del pueblo bereber.